martes, 23 de febrero de 2016

Parásito emocional

Somos cañas de pescar
con dientes que succionan.
Sanguijuelas voladoras.

Queremos pegarnos a un cuerpo
y extraer, recibir,
hasta que no quede nada.
Y buscar otro cuerpo
para extraer, recibir
hasta que no quede nada.
Es la enfermedad del ser.

No voy a decir
que no esté enferma
y que no quiera
succionar hasta el alma
de cada uno de mis encuentros.
No voy a decir
que cada vez que tropiece
con algo que me alimente,
no empiece a creer en el matrimonio
y en la felicidad
de un trabajo de oficina,
con coche, hipoteca y café.

Porque cada vez
que esa mierda me droga,
por un segundo, creo.

Luego nada es para tanto,
se te acaba la comida
y decides pasar hambre,
o vuelve a pasar un trozo de carne
con un olor salivante
y cazas
más energía,
más amor encerrado,
más sexo gratis.

Esperas
que nunca se acabe.
For ever and ever
y tú mismo te lo estás acabando.

Me gustaría que mi cuerpo
dejase de ser un recipiente
para parásitos emocionales.
También que mis dientes
dejasen de clavarse
en ciertas
yugulares.

Me gustaría dejar esta mierda,
no ser más adicta a lo eterno,
a lo etéreo.
Pero sólo veo vasos de esencia,
mil sabores y colores.
Y yo, un imán.

1 comentario:

  1. Casualidad haber dado con esto, no tanta que despierte mi interés y me conduzca a la fascinación.
    Yo también me preguntaba si las riadas de pasiones confluían en algún punto, terminé trepando por mi propia espalda para permitirme una nueva perspectiva, y he quedado reducido a ser el parásito de un parásito. No sabría decirte qué es más terrible.
    Seguiré leyéndote, Martha, sobre todo si sigues publicando a unas horas tan sinceras.

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