sábado, 5 de marzo de 2016

Monólogo mudo

Al fin y al cabo
hay cielo.

Sí, eso es lo importante.

Estoy mirando el patio interior de mi nuevo nido y sólo soy capaz de pensar, que por lo menos hay cielo. Al menos los pájaros vuelan y eso es algo que no ha cambiado desde la última vez que pude contemplarme contemplando desde una ventana.
Me tranquiliza. Aunque sigue habiendo un silencio que rompe con todo, sigue existiendo la calma asfixiante. ¿Qué toca ahora? ¿Cuál es mi batalla? Yo contra mi calma, yo contra el silencio abismal.

La soledad es como el colesterol, y yo tengo de la mala.
Hay pequeños brillantes en otras personas y se me llena la boca al pensarlo, pero no son para mí.
Si la vida es un juego, yo estoy jugando a otra cosa, por eso mis reglas nunca son las mismas.
Sólo puedo tomar los cuerpos, el calor y lo terrenal, el resto suele ser relleno y ya no me lo creo, aunque en realidad sí.

Acéptalo ya, joder, que no va a volver la fantasía, que no puedes volver a meterte en una mentira cuando explota, que todas las familias son pobres en algo y me ha tocado ser pobre en casi todo.
Esta casa no tiene pilares, yo soy un pilar sujetando toda la nada que tengo guardada en mi bolsillo roto, roto desde nunca, roto para siempre.
Tonta de mí sólo sueño con rebobinar o que esto pase rápido. Pausa. Hay cielo. Play. El cielo es el mínimo común múltiplo que busco en todo. El primer motor inmóvil. Algo conocido entre geometrías raras y dinamismo falso.

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