Tenía los ojos tristes
y entre las piernas un secreto,
la luz le iluminaba el rostro,
y la oscuridad se difrazaba
de una intrépida belleza.
Era mística y transparente,
solitaria y atrayente,
un imán roto por la fricción.
Ya ni disimulaba.
No escondía sus heridas,
y quien las veía
se paralizaba por un segundo,
y luego volvía a andar.
Nadie puede empatizar,
sino consigo mismo.
Cada uno tenía un abismo
del que se quería salvar.
A nadie le cabían sus zapatos,
sus pies se habían vuelto tan pequeños y rápidos,
que no se los podían calzar.
El azar no formaba parte de su juego,
aunque así lo habría deseado,
si aún pudiera desear.
Todo le sobraba ya.
Los apegos se volvieron aire,
que en paz descanse todo lo que ella amaba,
su corazón era una caja cerrada
y la llave se perdió en la mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario