Los dispersos

He hecho un test por Internet que te dice si tienes depresión y de qué tipo es.
Me ha dicho que tengo depresión leve, me han entrado unas ganas enormes de reírme a carcajadas con un gran estruendo. Por lo menos hay cosas que me hacen reír, aunque la mayoría de veces sea de una forma irónica.

Esta semana todas las noches han sido de pesadillas, de sangre. Y ya ni siquiera me afecta un poco. Soy más oscura que una depresión, puede que por eso ella sea leve, porque yo no lo soy, soy una masa obscura y pesada, que tiene una pequeña depresión subida al hombro.

Si no fuera por esta capacidad de sufrir que tengo, sería una sociópata a estas alturas. En potencia lo soy, pero qué más da lo que diga en este blog solitario. Podría confesar un asesinato y daría igual, así de invisible me siento.

Todo mi futuro está ya a día de hoy gastado en este sentimentalismo que me ata a mí misma, a ese ser que no me gusta. Porque es tan humano y débil...

No puedo centrar mi atención en algo más de unos segundos.
¿Cómo pretendéis que lo haga toda una vida?

La sociedad no entiende a los dispersos.

Yo sigo sin caerme bien, una parte de mí hace constantes y creativos esfuerzos por gustarme y la otra parte de mí, observa esos movimientos como continuas contradicciones y cambios radicales de idea, que me hacen no fiarme de nada de lo que diga o haga, y a la vez, intentar hacer más por acabar gustándome.
No me puedo pedir a mí misma una orden de alejamiento.

Ay, Marta, siempre con ese aura trágica.
Siempre proyectando hacia el exterior imágenes borrosas, desiguales, ambiguas y totalmente abstractas.

Nadie tiene nada a lo que agarrarse conmigo.