martes, 20 de marzo de 2018

Pérdida

Tengo miedo, ahora mismo no puedo ni moverme de dónde estoy, porque veo como todos los pasos que me quedan por dar, me llevan al valle. Y yo quería quedarme en la cima.

Cualquiera pensaría que lo mejor es seguir y que cuesta abajo cogeré carrerilla. Pero en la cima está la última brizna, y creía que sobreviviría a mí.
Pienso en seguir andando porque a veces la he pisado sin querer y no quiero que mis huellas signifiquen eso.

Sé que no estáis entendiendo nada. Pero confiad en mí, sé perfectamente lo que estoy diciendo. 

Estoy perdiendo el temple, el equilibrio y el tempo. Mis piernas se van a poner a correr solas en cualquier momento y no voy a tener tiempo ni de despedirme...

Me siento muy sola desde que no lo estoy, es mi condena, nunca es suficiente, nunca se calma mi pecho, nunca se me acompasan los pulmones, nunca conecta la piel, siempre noto ese cortocircuito y empieza la culpa.

La pérdida no es de mí misma, porque yo sé que estoy en alguna parte de por aquí cerca, la pérdida es de esperanza, de visión, de ilusión. No puedo mirar hacia delante, me deslumbra la nada, no puedo sonreír porque no hay certeza. A veces la brizna me quiere hacer creer que va a crecer, me pide que no me vaya, que me quede mirándola. También me hace sentir culpa por pensar en el valle, “dices que mi crecimiento te ciega, pero el valle es una visión clara” me dice mientras meto mi cabeza entre las rodillas e intento respirar.
En eso se resume todo, en que los dos globos de detrás de las costillas, se llenen de O2.

Y aquí sigo, haciendo tiempo perdido hasta que al destino le de por actuar, o esperando que nada cambie, o que la brizna crezca, o que baje rodando hasta el valle y me ciegue mirar atrás.

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