miércoles, 30 de mayo de 2018

A mi suerte

Me siento como una niña perdida en un centro comercial abarrotado de gente.

Sé que si paro de andar voy a morir, pero tengo las piernas tan cansadas que no las siento.
Voy caminando con rumbo, pero sin meta. Esperando a que me encuentren mis padres, y no sea un hombre malo el que me vea primero.

-Pobre niña, se le ha olvidado que es huérfana e invisible, que no se refleja en el espejo, que por ese camino no hay nadie.-

Oigo el eco de mis pasos, cada vez más torpes, caigo en las garras de mi antiguo yo, que desea sufrir.
Y empiezo a desear sentirme oscura y perdida, los siete pecados capitales me acechan y les abro la puerta. Sobretodo a dos.

Tengo un ángel al hombro que me hace temer, me dice que si caigo no me vuelvo a levantar, vuelven mis ganas de cuidarme. Pero por favor, necesito un puente hacia el otro lado, quiero poder entrar y salir de mi yo macabro, porque estoy enamorada de ella, porque me hace sentir viva, porque me hace escribir.

Ese puto ángel, sólo quiere que sea una hormiga, me estabiliza, pero me hace ser un mar infinito de rutina. Quiere que sea una más, que acalle mis ganas de enloquecer, de reírme en alto, de follar en la cima de una montaña. No entiende que no puedo aguantar en su mundo mucho tiempo, que siento que voy a acabar decepcionándome, quiero crear mi propio ritmo, quiero tener mi propia transición, quiero conservar mis dos partes.

A medida que ando, pierdo la esperanza de que nadie me encuentre, creo que no me van a salvar, creo que estoy sola aquí. Cuando abrazo a la gente que encuentro, la atravieso, ¿me estarán viendo?, les llamo y siguen como si nada, ¿acaso esta parte de mí es invisible?.
Por favor, que alguien me vea, necesito un abrazo en este dolor.

Sigo perdida, a mi suerte, sigo andando con este sobresfuerzo que me quita el aliento, necesito dormir 72 horas, despertarme con el desayuno en la cama y empezar a ser yo.

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