jueves, 8 de agosto de 2019

Nunca vas a leer esto

Echo de menos dormir contigo, abrazarte como si quisiera formar parte de ti, taparte, destaparte, que te suene la alarma y quiera romper tu móvil, que me digas que me quieres cuando te vas mientras duermo y sea lo primero que piense al despertar sin ti.

Echo de menos pensar que llegaría el día en el que te quedaras.

Ahora vago por los recuerdos, que es lo único que me queda de ti. Como una observadora externa analizo uno y paso al siguiente. Intento captar tu olor, memorizar qué se sentía al saber que me querías. Intento leer tus gestos, para ver si así entiendo algo, para ver si me ayuda a caminar lejos de ti.

No sé cómo soltar la cuerda. Siempre me convenzo de que el tiempo me va a ayudar y me dedico a dejarlo correr como si no valiera nada. Me dedico a pasar los días intentando no ser humana, intentando ser una bola gris y vacía que flota por la tristeza sin darse ni cuenta.

Pero quiero escribirte, todo el rato quiero coger el móvil y suplicarte que lo intentes. Sé que no lo vas a hacer, es lo único que me detiene. Pero ¿qué puto sentido tiene que nos dejemos de querer?, ¿me estás dejando de querer?. Te siento tan ligera... como una pluma, te da una brisa y te vas volando. Parece que no te cueste nada.
Yo estoy escuchando al maldito Andrés Suárez, yo, que la intensidad me da alergia. No puedo parar de pensar en cómo te he dejado ser mi casa sin tener en cuenta las consecuencias.

Ahora soy una vagabunda emocional, tengo que reconstruir mi templo porque lo rompí de dolor, lo inundé de lágrimas. Espero que estas lágrimas algún día rieguen un jardín, o formen parte de algún mar que yo navegue.

El caso es que tengo un monólogo interno que habla por ti para calmarme. Un monólogo que va de diálogo. Porque tu realidad es una estatua, fría y dura. Conseguiste volver a ser sólo mente y aprovechaste para correr todo lo que pudiste. Ojalá la realidad fuera que aunque no te pueda ver sigues cerca, que estás siendo invisible, pero a mi lado.

Nunca vas a leer esto.

Ayer recogiste tus cosas, era lo último que nos unía. Cinco segundos te fueron suficientes para decir adiós para siempre. Me diste un beso en la frente, aproveché para cerrar los ojos y olerte por última vez y te fuiste sin mirar atrás, sin dar un paso en falso. Bueno, que sepas que guardé una notita en el bolsillo de tus vaqueros, dejando al destino decidir si la vas a encontrar ahora, dentro de unos meses, o la vas a destruir en la lavadora. Es una tontería, pero por lo menos aún hay algo que casi nos une de alguna manera. Yo que sé.

Sé que no voy a morir de quererte, sé que no va a ser para siempre, sé que mi vida no se va al traste por perderte. Soy consciente. Pero eso no quita que me duela como si me estuvieran matando, aunque no muera. No quita que este tiempo sea eterno.

Hoy me he despertado llorando, hoy no puedo sostener la pena.

Quiero ir de vacaciones contigo, quiero bucear contigo y luego dibujarnos. Quiero que nos tiremos de un avión, quiero verte abrazar a mi gato, que vayamos a pasear y a hablar de cualquier cosa, que la conversación sea infinita. Que marujeemos sobre los vecinos, que tengamos nuestros propios vecinos, quiero construir joder.

Piensas que esto ha sido decisión mía, pero en realidad me has echado. Ya ni siquiera sé si es porque tienes miedo, ya ni siquiera esa idea me calma. Simplemente no quieres. No sé aceptarlo.

Podría no parar de escribirte, porque es lo único que da sentido a este momento y me da miedo parar porque todo va a ser silencio y dolor.
Pero sé que en algún momento tengo que hacerlo. Paro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario